Los Diez Mandamientos originales del dios Yahvé
¿Son los llamados Diez Mandamientos que conocemos a través de la enseñanza ofrecida hoy por las iglesias cristianas tal y como nos los han enseñado o difieren del texto original? ¿Y está encerrada en ellos la doctrina de Yahvé o, por el contrario, éste dictó otras muchas normas que no nos han explicado con la misma vehemencia a pesar de que figuran en el texto bíblico? Y si es así, ¿a cuento de qué esa ocultación? ¿Será tal vez que Yahvé no fue como nos han querido hacer creer?
Según Éxodo 19, 1-12, la Alianza establecida entre Yahvé y el pueblo de Israel por intermediación de Moisés tuvo lugar cuando, «al tercer mes de la salida de Egipto», llegaron al desierto del Sinaí tras partir de Refidim, acampando frente a un monte desde el que Moisés fue llamado para que subiera y donde este singular personaje le diría: «Mira, voy a presentarme a ti en una densa nube para que el pueblo me oiga hablar contigo y así te dé crédito para siempre»; añadiendo que «al tercer día» descendería sobre el monte «a la vista de todo el pueblo». Luego le dijo que advirtiera a todos que no debían subir a él —ni siquiera «tocar su falda»— porque todo el que tal hiciera moriría.
Pero veamos cómo describe el texto bíblico aquel episodio: «Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. Entonces Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retumbaba con violencia. El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte: Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno». (Éxodo 19, 16-19).
Luego, según narra inmediatamente después el texto bíblico, «Yahvé bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte», pidiendo desde ella a Moisés que fuera a su encuentro.
Pero detengámonos un instante y analicemos los hechos descritos hasta el momento. Porque cualquier persona medianamente atenta habrá reparado en varias cuestiones que no son precisamente asunto baladí. Una, que Yahvé «descendió» hasta el monte «en una densa nube»; dos, que lo hizo delante de todo el pueblo para que sus integrantes pudieran «oírle»; tres, que la «nube» producía tanto fuego que todo se llenó de «humo»; cuatro, que, en el descenso, el monte entero «retumbaba» con violencia; y cinco, que el propio Yahvé «bajó» al monte, a la cumbre. Es decir, todo apunta a que Yahvé bajó «físicamente», hablaba como cualquiera de nosotros por cuanto se le podía oír y lo hizo en una «nube» que al posarse despedía fuego, retumbaba y llenaba todo de humo. Dígame, amigo lector: ¿a usted esto le suena a un descenso divino o a un episodio muy parecido al de nuestras naves espaciales posándose en un monte? Dejo que lo medite. Mientras, sigamos.
Bien, el caso es que Moisés obedeció, subió al monte para encontrarse con Yahvé y éste le dio el mensaje que debía transmitir al pueblo; mensaje que se convertiría en lo que hoy conocemos como los Diez Mandamientos.
Y llegados a este punto hay que decirle al lector que, en realidad, el famoso decálogo dado por Yahvé a Moisés es ciertamente más amplio que el que las iglesias cristianas vienen enseñando a sus fieles. Veamos en el recuadro que sigue ambas versiones: la del Antiguo Testamento —tal cual aparece en la Biblia (ver Éxodo 20, 3-17 y Deuteronomio 5, 16-21)— y la de una de sus versiones más modernas —porque también la Iglesia Católica, faltaba más, los va adaptando con el tiempo—.
LOS DIEZ MANDAMIENTOS |
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VERSIÓN ORIGINAL | VERSIÓN ACTUAL |
1. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imanen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian; y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos. |
1. Amarás a Dios por sobre todas las cosas. |
2. No tomarás en falso el nombre de Yahvé, tu Dios; porque Yahvé no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso. | 2. No tomarás el nombre de Dios en vano. |
3. Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo hizo sagrado. | 3. Santificarás las fiestas. |
4. Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahvé, tu Dios te va a dar. | 4. Honrarás a tu padre y tu madre. |
5. No matarás. | 5. No matarás. |
6. No cometerás adulterio. | 6. No cometerás adulterio. |
7. No robarás. | 7. No robarás. |
8. No darás testimonio falso contra tu prójimo. | 8. No dirás falso testimonio ni mentiras. |
9. … | 9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. |
10. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciaras la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo. | 10. No codiciarás los bienes ajenos. |
Sin embargo, y al margen de las evidentes diferencias entre ambas versiones, sutilmente «adaptadas», el lector debe saber que, contra lo que la mayor parte de la gente sin duda cree, los mandamientos, normas o preceptos que dictó Yahvé a Moisés no fueron sólo ésos, sino… muchísimos más.
Y así, entre otras cosas, tras pedirle que le hicieran un altar de tierra para ofrecer sobre él en holocausto las ovejas y los bueyes, dictó a Moisés los preceptos que debían regir en cuanto a los esclavos (preceptos que hoy pueden ser tachados de racistas y vergonzosos, lo que el lector puede comprobar leyendo Éxodo 21 a 40), normas sobre lo que hacer en los casos de homicidio, en las situaciones de peleas, en los casos de heridas —incluso las de los animales—, cómo resolver los robos de ganado, cuándo y cómo compensar algunos delitos comunes, qué hacer en el caso de violación de una virgen —por cierto, que Yahvé da como «solución» que ésta se case con el violador…—, cómo afrontar el asunto de las primicias y los primogénitos, cómo tratar a los enemigos, cómo guardar el sábado, de qué manera se le deben dedicar a él tres fiestas al año, cómo han de ser las ofrendas que los israelitas deben hacerle periódicamente, qué objetos rituales para el culto construir y de qué manera, cómo han de ser los ornamentos sacerdotales, etc., etc.
Y no crea el lector que ahí acaban las normas y preceptos que según Moisés le dio Yahvé. Porque en el Levítico podemos encontrar tal cantidad de normas sobre todo tipo de cuestiones —muchas completamente ridículas a los ojos del hombre de hoy— que no puede dejar de sorprender que alguien pueda creer en serio que fueron dictadas por Dios. Normas que abarcan desde cómo celebrar los sacrificios rituales de animales hasta cómo deben vestir los sacerdotes de su culto —especificando incluso qué «parte» de la ofrenda les «corresponde» en pago por su intermediación—, desde la descripción de los grados de pureza e impureza de los animales hasta normas de salud y consejos médicos para el pueblo, desde la descripción de las impurezas sexuales de hombres y mujeres a las normas para casarse, desde la relación de las llamadas «faltas cultuales» a las «faltas contra la familia», desde el establecimiento de las fiestas anuales y de los años santos hasta las normas sobre actuación en lo que se refiere a las propiedades de tierras, los préstamos, la compra y venta de siervos, así como el establecimiento de aranceles y tasaciones de personas, animales, casas y campos. Y decenas más de normas de todo tipo planteadas en detalle, absurdas e impropias de alguien que se supone es Dios.
Las malas pulgas de Yahvé
Porque no piense el lector que el tal Yahvé era alguien comprensivo, bueno y misericordioso. Antes bien, era un personaje cruel, sanguinario y déspota (véase el artículo Yahvé, un «dios» de armas tomar).
Para muestra, recordemos lo ocurrido. Según el texto bíblico (Éxodo 24, 12-18), Moisés subió al monte acompañado de Josué, su ayudante, tras decirles a los ancianos que les esperaran. Luego, «Moisés entró dentro de la nube (…) y permaneció en el monte cuarenta días y cuarenta noches», tras lo cual Yahvé «le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios». Tablas que, según se explícita en Éxodo 32, 15-16, estaban «escritas por ambos lados; por una y otra cara estaban escritas. Las tablas eran obra de Dios, y la escritura, grabada sobre las mismas, era escritura de Dios».
El caso, sin embargo, es que como había transcurrido tanto tiempo —40 días—, cuando Moisés bajó al valle se encontró a todo su pueblo adorando a un becerro de oro. Y su furor fue tal que Moisés «ardió en ira, arrojó de su mano las tablas y las hizo añicos al pie del monte» (Éxodo 32, 19). ¿Y cuál cree el lector que fue su postrer reacción? Pues, siguiendo las indicaciones de Yahvé, la que a continuación se transcribe: «Vio Moisés al pueblo desenfrenado —pues Aarón les había permitido entregarse a la idolatría en medio de sus adversarios— y se puso Moisés a la puerta del campamento, y exclamó: “¡A mí los de Yahvé!” Y se le unieron todos los hijos de Leví. Él les dijo: “Así dice Yahvé, el Dios de Israel: cíñase cada uno su espada al costado; pasad y repasad por el campamento de puerta en puerta, y matad cada uno a su hermano, a su amigo y a su pariente”. Cumplieron los hijos de Leví la orden de Moisés; y cayeron aquel día unos tres mil hombres del pueblo. Y dijo Moisés: “Hoy habéis recibido la investidura como sacerdotes de Yahvé, cada uno a costa de vuestros hijos y vuestros hermanos, para que él os dé hoy la bendición”» (Éxodo 32, 25-29).
Resumiendo Moisés, por orden de Yahvé, ordenó el asesinato de tres mil personas para que el pueblo elegido no se volviera a olvidar de quién era su «dios». El texto no precisa comentarios.
Yahvé hace una copia de las tablas de la ley
¿Y qué pasó, en tal caso, con las Tablas de la Ley, imagino que se estará preguntando el lector? Pues, sencillamente, que Yahvé volvió a escribir sus «mandamientos» sobre dos nuevas planchas de piedra que ordenó labrar a Moisés.
Así puede leerse en Éxodo 34, 1 -5: «Dijo Yahvé a Moisés: “Labra dos tablas de piedra como las primeras, sube donde mí, al monte, y yo escribiré en las tablas las palabras que había en las primeras tablas que rompiste. Prepárate para subir mañana temprano al monte Sinaí; allí, en la cumbre del monte, te presentarás a mí. Que nadie suba contigo, ni aparezca nadie en todo el monte. Ni oveja ni buey paste en el monte’. Labró Moisés dos tablas de piedra como las primeras y, levantándose de mañana, subió al monte Sinaí como le había mandado Yahvé, llevando en su mano las dos tablas de piedra. Descendió Yahvé en forma de nube y se puso allí junto a él».
Y una vez allí, el cruel, despiadado y sanguinario Yahvé estableció con Moisés la Alianza que le uniría en adelante con el pueblo judío. Y sólo con el pueblo judío…
Por José Antonio Campoy.