MISTERIO

Ródope, el origen egipcio del cuento de ‘La Cenicienta’


Algunos historiadores árabes mencionaron que, en una cámara de la Pirámide de Micerinos, anexa a la principal, se encontró el cadáver de una cortesana llamada Ródope (o Rhodopis). La historia de esta mujer, cuyos huesos acabaron incomprensiblemente en la pirámide, es una fiel reproducción del cuento de La Cenicienta.

IZQ: Rhodopis, ilustración de Ruth Heller para ‘The Egyptian Cinderella’. DER: Antiguas sandalias egipcias hechas de fibra vegetal.

Los estudios han situado el enterramiento de esta cortesana en época ptolemaica, cuando los faraones de Egipto asumieron la influencia griega. Y hoy conocemos su historia a través del poeta Safo y su obra Geográfica (libro 17, 33), escrita entre c. 7 a.C y c. 24 d.C.

El poeta tuvo noticias de Ródope por medio de su hermano, comerciante de vinos en Naucratis. Se cuenta que la doncella era bellísima y que su tumba fue costeada por sus amantes. Obviamente, esta primitiva tumba no pudo ser la tercera pirámide de Guiza, si bien sus huesos fueron a parar finalmente a ella.

Existe una anecdótica leyenda en relación con la cortesana de la que se hicieron eco los historiadores árabes del siglo XII. Un día la bella Ródope se encontraba bañando en el río Nilo cuando un halcón le arrebató un zapato. El ave voló y, mientras sobrevolaba el palacio de Menfis, se le cayó su presa, de modo que el calzado fue a parar a manos del faraón, quien en ese momento administraba justicia al aire libre.

Cautivado por la perfección de las formas del zapato, decidió encontrar a su dueña. Para ello, mandó emisarios que hicieron probarse a todas las doncellas la prenda caída del cielo. Así pudo encontrar a Ródope, una esclava griega a quien hizo su amante.

Como habrán notado, el cuento de La Cenicienta parece que viene de antiguo, como tantas otras cosas de mayor o menor envergadura. La advocación de Isis como virgen negra, la creación del mundo con el barro modelado por Dios o el propio bautismo, son restos culturales de Egipto que han llegado hasta nosotros.

Por (y a la memoria de) Manuel José Delgado.





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