Las civilizaciones perdidas bajo las arenas del desierto de Gobi
Durante la expedición de 1927 a Asia Central, el pintor y explorador ruso Nikolái Roerich se trasladó al desierto de Gobi en Mongolia, cruzando la marisma salada de Qaidam (Tsaidam). Tradiciones relatadas por Madame Blavatsky y George Ivanovič Gurdjieff, así como los cuentos del folclore local, decían que era el sitio de un antiguo mar, dentro del cual se habían desarrollado civilizaciones avanzadas y ciudades legendarias, ahora enterradas por las arenas.
En septiembre de 1924, Nikolái Roerich deja temporalmente Sikkim para ir a Europa y América. Gracias a los contactos y esfuerzos de sus amigos y discípulos estadounidenses, obtiene permiso para viajar bajo la bandera estadounidense y se le proporcionan todos los documentos necesarios.
Dado que la expedición iba a ir a las montañas de Altái ubicadas en territorio soviético, el explorador tuvo que contactar a los representantes diplomáticos pertinentes en el extranjero para obtener una visa para ingresar a la Unión Soviética y llegar a Moscú con la tarea secreta de entregar a las autoridades una carta de los Mahatmas. En el camino de regreso de los Estados Unidos, habló con el representante soviético en Berlín, quien confirmó la asistencia necesaria de las susodichas autoridades.
La visita de Roerich a la embajada soviética en Berlín no pasaría desapercibida para los servicios secretos británicos.
La ruta de la expedición —que se extendió de 1925 a 1928— atravesó Sikkim, Cachemira, Ladakh, China (Xinjiang), Altái, Mongolia y Tíbet. ¿Pero por qué se eligió esa ruta? En cuanto a los fines científicos y culturales, la respuesta surge al estudiar no sólo el camino seguido por la expedición, sino también las visiones históricas de Roerich.
Los Roerich eran teósofos. De hecho, la célebre H.P. Blavatsky había traducido su Doctrina Secreta al ruso —originalmente publicada en inglés— con la colaboración de Nikolái. En la parte introductoria de esta obra, Blavatsky proporciona información precisa sobre las antiguas civilizaciones que florecieron alrededor del Depresión de Taklamakán —parte del desierto de Gobi—, que en la remota antigüedad supo ser una región fértil.
Tesoros malditos
En 1873, un geógrafo y explorador ruso, el Gral. Nikolay Prjevalsky, hizo un recuento de sus descubrimientos en el desierto de Taklamakán: encontró en el oasis de cherchen cuerpos naturalmente deshidratados de hombres y mujeres occidentales.
La historia de Prjevalsky sobre las momias occidentales no tuvo eco en el ámbito científico, y sus descubrimientos habrían quedado en el olvido de no ser por la mención de H.P. Blavatsky en el prefacio de La Docrina Secreta. Es bien sabido que el tiempo es un caballero que da a cada uno lo suyo, pero tuvieron que pasar cien años, esperando a 1978 con el hallazgo «oficial» de momias con características somáticas occidentales por parte de arqueólogos chinos.
Por su parte, el filósofo y místico armenio George Gurdjieff contó que, tras visitar en 1898 la legendaria comunidad de Sarmung, situada en las mesetas de Pamir donde nace el río Oxus, recolectó muchas historias sobre lo que yacía bajo el desierto actual.
«En la mayoría se decía que bajo las arenas del Gobi fueron enterrados pueblos e incluso ciudades enteras, con innumerables tesoros y riquezas pertenecientes a los pueblos que habitaron la otrora próspera región. El lugar donde estaban estas riquezas, se decía, era conocido por algunos hombres de los pueblos vecinos; estaba un secreto que se transmitía de padres a hijos, bajo el vínculo del juramento, y cualquiera que violara este juramento tenía que sufrir un castigo especial […] que muchos habían experimentado […] más de una vez se hizo alusión a cierta región del desierto, donde estaba enterrada una gran ciudad», dijo.
El gran secretismo sobre estos tesoros se justifica en que estarían no solo bajo las arenas, sino también bajo un poderoso hechizo. Espíritus crueles llamados «Bahti» los custodian hasta el momento prescrito para su redescubrimiento.
La isla blanca
Donde ahora solo hay lagos salados y los desiertos desolados del Gobi, Taklamakán, Tsaidam y Zungaria, hubo un vasto mar interior que se extendía sobre Asia Central. Este mar permaneció hasta la última gran glaciación, cuando hace unos 12.000 años un cataclismo local arrasó las aguas por el sur y el oeste, formando un gran y aislado desierto, dejando un oasis, con un lago y una isla en el centro. El desierto del Sahara se formó de la misma manera —al principio un mar abierto, luego se convirtió en un lago y finalmente se secó dejando solo las arenas—.
De acuerdo a Blavatsky, en este mar existió una espléndida Isla Blanca (Shveta-Dvipa), sobre la cual se construyó la ciudad de Shambhala, que por su belleza no tenía rival en el mundo. Estaba habitada por los últimos remanentes de la raza que precedió a la nuestra —místicamente llamados los Hijos de la Niebla de Fuego—. La leyenda decía que esta isla en el mar de Gobi con sus restos de una espléndida civilización todavía existía hoy como un oasis rodeado de arenas que no ha sido pisoteado por pies humanos.
Y si bien el motivo oficial de Roerich para emprender su expedición era «observar la situación actual de la religión, de las costumbres y encontrar huellas de las grandes migraciones de los pueblos», detrás se escondía —como mencionamos antes— uno más teosófico: el indagar sobre la realidad subyacente y la posibilidad de encontrar alguna pista más sobre las presuntas ciudades perdidas mencionadas por Blavatsky. De esta manera se entiende la complicadísima ruta elegida alrededor del Gobi, a través de las vastas cadenas montañosas de la India, el Tíbet y Asia Central.
En los años 1934-1935, encabezó otra expedición a las regiones de la Mongolia Interior, Manchuria y China, organizada por el Ministerio de Agricultura de los Estados Unidos con el fin de rebuscar semillas de plantas que previenen la destrucción de capas fértiles del suelo.
Dado que era un consumado artista, su don le serviría para documentar parte de lo que viera durante estas expediciones. Por ejemplo, pintó lo que vio en el desierto en Mongolia, frente a pequeños menhires: una escultura de piedra, que representa un tutor o guía, con un cáliz decorado con fuego colocado en su mano izquierda. El explorador creía que este cáliz era un símbolo de fuego y no podría estar relacionado con el concepto de un ritual de entierro.
«El cáliz está conectado con el Grial y a la piedra del cielo Cintamani, por lo tanto, la escultura del guardián con el cáliz es una indicación y una advertencia: estás en un lugar sagrado protegido», escribió.
En cuanto a las ciudades perdidas, Roerich creyó encontrar algunos lugares de referencia que apuntarían hacia la ubicación geográfica exacta de las puertas de Shambhala.
«Ciertos indicios, ocultos por los símbolos, indicaban el sitio de Shambhala en el Pamir, Turkestán y Gobi […] sin embargo, no olvidemos que el pueblo kirguiso de las montañas Kun Lun también vive en chozas y cuida la cría de ganado», apuntó.
Estos lugares, según Roerich, fueron mencionados porque cerca de Shambhala la gente vivía en chozas y se dedicaba a la cría de ganado. Kun Lun fue mencionado más de una vez en relación con aquellos lugares de orientación que hacían referencia al «País Oculto». Desde luego, esta ruta geográficamente descifrada por el explorador formó parte de la expedición a Asia Central.
Por MARCO MACULOTTI/Axis Mundi.
Adaptado de La misión de Roerich en Asia. Shamballa, págs. 14-21.