MISTERIO

La vez que un ovni «tan grande como un campo de fútbol» voló sobre Gran Canaria

Un colosal objeto del tamaño de un campo de fútbol se deslizó por el aeropuerto en absoluto silencio, moviéndose con la ligereza de una hoja de papel.

Crédito: MysteryPlanet.com.ar.

Los ovnis vuelven a estar de moda, a ser tema de debate en parlamentos y cafeterías, y lo cierto es que esta vertiginosa reactivación del interés por tan veterano misterio, no deja de sorprenderme.

Fruto de mi escepticismo, muchas veces me pregunto por qué ahora y a quién interesa que este fenómeno sea noticia al nivel en el que lo está siendo de unos años para acá. Es cierto que no escondo mi entusiasmo por este inesperado y contundente repunte del serio interés gubernamental por un tema que, por ignorancia o interés, ha sido vilipendiado durante décadas. El Pentágono y la NASA crean comisiones de estudio mientras el Ministerio de Defensa británico desclasifica viejas fotos incautadas cuya existencia se negó durante décadas tachando el asunto de tonterías conspiranoicas.

Este escenario favorable a la divulgación, apuntalado por la seriedad con la que se toman este tema en la esfera militar, sin duda facilita que algunos testigos den el paso de hablar públicamente de episodios sobre los que han callado buena parte de su vida. Y tal es el caso de Santiago H.R., quien durante más de cuarenta años trabajó en el Aeropuerto de Gran Canaria, una instalación que comparte espacio y recursos con la Base Militar de Gando.

Tras jubilarse hace muy poco, Santiago decidió hablar públicamente de una impactante experiencia vivida a los pocos meses de comenzar a trabajar en el lugar, con apenas 17 años. Un colosal objeto del tamaño de un campo de fútbol se deslizó por el aeropuerto en absoluto silencio, moviéndose con la ligereza de una hoja de papel. Hoy recuerda ese episodio para nuestros lectores, convencido de que aquel asombroso ovni no era humano, y de que posiblemente otros testigos pudieron compartir su experiencia.

Ocurrió durante una noche de marzo —tal vez de abril— del año 1974.

«Por entonces yo trabajaba en el turno de noche, empezaba a las 11 y termina a las 7 de la mañana», nos explica sin ocultar su emoción por el hecho de poder hablar abiertamente del asunto tras tantos años. «Trabajaba en la limpieza de los aviones. Esperábamos el ultimo avión de la noche, un Súper DC8 de Aviaco que se quedaba esa noche aquí, en el aeropuerto. Había poco personal. Sobre la 1,30 me desplacé un poco hacia la pista, pero sin llegar a entrar en ella, para despejarme, respirar aire fresco y echarme un cigarro…».

-¿Es ahí cuando divisa una luz que, perfectamente, podría haber sido del avión que estaba por llegar?

«Efectivamente. Aparece una luz en la punta de la montaña El Lazareto, una luz resplandeciente, muy blanca. Inmediatamente tras encenderse a la altura de esa montaña, mar a dentro, se apagaba y se encendía en torno a la Montaña del Burrero, también en el mar. Hay kilómetros de distancia de mar en línea horizontal. De inmediato me llamó la atención porque no podían ser dos aviones entrando al mismo tiempo, y además, solo esperábamos uno».

El espectáculo no había hecho más que empezar, ya que el encendido y apagado se repitió cuatro veces con similar intensidad, dos en la zona de El Lazareto y otras dos en las proximidades de El Burrero. Subjetivamente podría decirse que fue una especie de aviso, de señal, al menos ese fue el efecto sobre nuestro testigo, quién aun en ese momento no podía imaginar lo que literalmente se le venía encima.

«La luz —prosigue Santiago— empezó a desplazarse desde zona de La Puntilla, al sur del aeropuerto, y ya una vez dentro de la instalación vino flotando, planeando por encima de la plataforma donde estaban aparcados los aviones esa noche. Al llegar a la posición en la que yo me encontraba, a unos 18 o 20 metros de altura, vi perfectamente su forma. Era un disco redondo oscuro, con unas luces rojas fijas ubicadas alrededor de todo el perímetro del círculo, situadas a unos 5 metros de distancia unas de otras, junto con una estructura de tubos incandescentes a ambos lados, que formaban dos “X” por cada lado del disco. Al alcanzar mi posición al borde de la pista se paró entre 2 ó 3 segundos. Era enorme, yo calculo que del tamaño de un campo de fútbol. Siempre lo asocié a esa forma, con los extremos como las porterías y el disco negro como el centro del campo».

El testigo (a la izquierda) mostrando un dibujo de lo que vio al autor de este artículo.

-¿Se detuvo al llegar a su altura? ¿Notó calor, escuchó algo procedente de esa estructura?

«Así es. Se paró unos segundos junto a mí, y tuve la sensación de que me observaba, como si me estuviera escaneando, pero es sólo mi impresión. Los tubos laterales que formaban las dobles X parecían salidos del fuego, estaban incandescentes, aunque yo no sentía calor ni escuché sonido alguno. Aquello no parecía tener motores».

-¿Y que ocurrió a continuación?

«Tras esa breve parada siguió moviéndose en la misma dirección y velocidad, unos 20 km por hora, y al llegar a unos pequeños arbustos situados en lo que llamamos aeropuerto viejo, giró levemente y se marchó, lo perdí de vista».

-Una cosa que llama la atención es la calma que mantuvo ante la observación de algo tan enorme, próximo y extraño…

«No me asusté, estaba tranquilo, como si aquello, de alguna manera, me generase ese estado de serenidad. Eso sí, a raíz de la experiencia me empezaron a lagrimear los ojos, sentí como un pequeño quemor que duró tres días, con escalofríos. Como era un chico joven no le di más importancia, ya que además con el paso del tiempo se me fue pasando y, de la noche a la mañana, fue como si me olvidase de todo lo ocurrido».

-Ya es extraño olvidarse de un objeto que, de acuerdo con lo que dice, podía tener perfectamente 90 metros de largo por 15 o 20 de ancho…

«No es que no lo recordarse, sino que no tenía ansiedad por contarlo, decidí no hacerlo y no me sentía preocupado por ello. Nunca lo he olvidado y guardé silencio por no meterme en líos en el trabajo, ya que estaba en una instalación sensible, y también porque no sentía la necesidad de hacerlo. No comenté nada con ningún compañero, ni siquiera con el que también lo vio».

-¿Hubo otro testigo?

«Al menos que yo sepa, uno más. Al perderse de vista el objeto, detrás de mi, desde aproximadamente 20 metros de distancia de donde yo estaba, vino un compañero de trabajo caminando que se llamaba Manuel. Él trabajaba para Iberia en el edificio, en el traslado de los equipajes, y salió del recinto y vino directo hacia donde yo estaba y únicamente me preguntó si yo había visto lo mismo que él. Le dije que sí, se dio media vuelta y se marchó. Nunca volvimos a mencionar el tema. Con lo grande que era aquello tenía que alertar a algún radar, o haber sido visto por otras personas, aunque volando sin ruido y de esa forma tan suave, entendería que pasara desapercibido en toda la isla».

-Insisto, Santiago. El objeto sorprende, pero también ese peculiar silencio, dado que la tendencia es a contarlo, a comentarlo en los días posteriores.

«Tuve la sensación de olvidarme de lo que viví esa noche, como si alguien me dijera “viste lo que viste y olvídate”, ya que nunca mencioné en el trabajo lo que viví durante esos tres o cuatro minutos».

La gigantesca estructura, que al menos en apariencia generó en el testigo cierta reacción física con picor ocular y escalofríos, no presentaba emblemas, numeración, ni símbolos visibles en su superficie, presentando una altura estimada de varios metros en la parte del disco.

A la pregunta de sí podía estar tripulado, nuestro protagonista no duda en asegurar que es una opción factible, concluyendo que tras cuarenta años formando parte del personal de un aeropuerto y con una curiosidad a flor de piel, «lo que tenemos hoy comparado con lo que yo vi en 1974, es chatarra. Era una tecnología que no la tenemos nosotros».

No debería extrañarnos tal aseveración si consideramos que el avión más gran del mundo, el Antonov An-225 Mriya ucraniano destruido meses atrás por Rusia, media 84 metros de largo, y su movilidad era atronadora.

En el momento de cerrar esta crónica ya hemos podido confirmar de manera independiente la existencia de ese segundo testigo; alguien a quien, al igual que Santiago, lo inaudito se le manifestó en una noche primaveral sin complejos, nada más y nada menos que con el tamaño de un campo de fútbol.

Por José Gregorio González Gutiérrez. Edición: MP.