Actualización sobre la Cueva de Los Tayos y las colecciones del Padre Crespi
La legendaria colección no se perdió en un incendio ni fue secuestrada por el Vaticano, miles de objetos potencialmente relacionados con ancestrales civilizaciones desconocidas, en teoría provenientes de la misteriosa cueva de los Tayos, yacen ocultos en un museo de Ecuador. Así lo ha podido comprobar el investigador Gustavo Fernández, parte del staff de Mystery Planet, quien ha tenido acceso exclusivo.
Miríada de artículos, libros, podcasts, videos en YouTube han repetido hasta el hartazgo lo que se sabe, lo que se supone, lo que se especula y lo que se fantasea sobre la ya mítica Cueva de Los Tayos, en Ecuador. Recientes «documentales» han potenciado la ola y hoy varias empresas organizan «expediciones a Los Tayos», donde por un par de miles de dólares los interesados se sienten parte de una saga épica. Supongo que está bien para ellos.
En lo personal, he sido un testigo pasivo y actor tangencialmente interviniente en aspectos colaterales de esta historia. He escrito sobre la «maldición de Los Tayos» (que parece afectar con muertes trágicas a personajes vinculados a esta historia); supe acompañar a la investigadora argentina Débora Goldstern en alguna presentación pública sobre el tema, conocí y conversé con Julio Goyén Aguado, heredero «espiritual» de Janos Moricz, pretendido «descubridor» —en los papeles notariales— de las cuevas y, muy especialmente, me reuní numerosas veces con Guillermo Aguirre, biógrafo personal de este último y a su vez, también, heredero de cierto material que Julio deja, recibido de Moricz.
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Pasaron unos pocos años y supuse que el tema de Tayos quedaría fuera del radar de mis intereses; nunca negué interés en llegar a conocerlas y profundizar en el tema, pero no fue para nada una prioridad. Contacté eventualmente a un par de investigadores ecuatorianos con la idea de integrarme eventualmente a alguna expedición —que fuera tras los accesos no conocidos; no aquella vertiginosa «chimenea» de sesenta metros donde llevan a turistas ávidos de adrenalina y que ya, Janos primero y Julio luego, señalaran concretamente que no es la entrada al recinto que como «biblioteca» Moricz denunciara en acta protocolar en 1969. No se trataba, entonces, de subirme a un avión y sumarme a esas agencias turísticas a fin de exhibir luego unas fotos y decir «yo estuve en la Cueva de Los Tayos».
El tiempo transcurrió y no aparecía ninguno de mis contactos formalmente dispuesto a aceptarme en sus hipotéticas travesías futuras al lugar, parecía que quedaría como uno de esos enigmas más sobre los que un servidor lee mucho pero aporta poco.
Sin embargo, este gracioso, sorpresivo Universo tiene vericuetos difíciles de prever.
Porque hace aproximadamente un año se me propone viajar a Ecuador como parte de mis actividades habituales de difusión. Talleres, formaciones, workshops que ya conocen mis lectores. A las proximidades de Cuenca, para ser más exactos. Estuve allí pocos días y si bien la bella y colonial ciudad me trajo reminiscencias casi adolescentes (cuando leía sobre ella en El Oro de los Dioses, el controvertido e icónico libro de Erich Von Däniken) no había tiempo disponible. Apenas una cuidadosa visita al Museo de Pumapungo, y a continuar viaje. Quizás, alguna vez, regresaría.
Y el «quizás» me sorprendió, pues no habían transcurrido diez meses cuando, nuevamente, se me solicita allí. Ahora para actividades más prolongadas y con «base de operaciones» en Cuenca. Estaría varios días, con disponibilidad de tiempo para averiguar o, cuando menos, recorrer los lugares que Däniken, en su visita al padre Crespi y sus colecciones pretendidamente provenientes de la mismísima Cueva, decía tener. Consulté con el querido amigo José Luis Garcés, mi organizador local, la posibilidad de visitar la iglesia de María Auxiliadora —donde el sacerdote desarrollara su obra—, tal vez algún lugar donde él hubiera dejado alguna huella…
Y cuando pisé Ecuador, las novedades fueron vertiginosas.
Pues gracias a las gestiones de José Luis y de Giovanni Pesantes, artista plástico local y propietario de una galería de arte, que me esperaba una entrevista con autoridades del museo ya citado para conversar sobre el tema. Al principio, mi perplejidad. Gracias por la amabilidad, pero, ¿qué interés habría en hablar del «tema Crespi» en el museo?. Y la respuesta me conmocionó: porque allí estaban las colecciones del cura.
Hay aspectos colaterales de esta historia que exigen del lector cierto conocimiento o lecturas orientativas previas si quiere medir el contexto de la situación, introducción que por extensa no puedo hacer aquí pero nada que San Google no solucione. Espero que todo interesado en este tema haya leído el citado libro de Däniken (y no guiarse simplemente por el comentario que terceros han hecho sobre él) y estuviera al tanto de ciertas especulaciones instaladas como «verdades comprobadas» alrededor del mismo.
Si tuviéramos, empero, que hacer una breve síntesis, diría que:
- Däniken no es personaje respetado en Ecuador, existiendo el concepto generalizado que exageró y falseó datos sobre la historia. En puridad, de lo que puede acusársele (y él mismo a regañadientes lo ha admitido) es que nunca estuvo en la Cueva de Los Tayos, estatus que sugiere pero no dice taxativamente. Asimismo, a los académicos ecuatorianos les molesta la presunción de «extraterrestre» que Däniken da al origen del material que documenta y exhibe en ese libro, y a otros investigadores de Los Tayos pienso que les desagrada simplemente que él haya tenido tanta repercusión mundial y ellos no. Suposición que, obviamente, no debe aplicarse ni siquiera a una mayoría. Pero haberlos, los hay.
- Däniken es también quien supone que los miles de extrañas piezas de metal grabado en poder de Carlos Crespi provienen de allí. En parte, el mismo padre lo admitió en su momento. De lo demás, dice simplemente que «mucho se lo traían los indios».
- El «museo» —un depósito en realidad— de Crespi sufrió un incendio en 1962, del que se dice hizo desaparecer la mayoría de las piezas. De las sobrevivientes, muchas se «llevaron al Vaticano». Crespi siguió reuniendo piezas y pronto habría engrosado sugestivamente su inventario. Pero antes de fallecer, su incapacidad psicológica llevó a que fuera retirado a una casa de salud y los salesianos (la Orden a la que pertenecía) se habría hecho cargo del inventario pero rápidamente y por órdenes superiores, buena parte de lo rescatable también fue despachado la Santa Sede, parte vendido clandestinamente a coleccionistas particulares, parte desechado como basura. Y así, las «colecciones del padre Crespi», entre la desidia, el afán de lucro y las conspiraciones de ocultamiento y silencio, habrían desaparecido. Si es que quedaba algo de valor porque, en su decrepitud, se admitía como un hecho que Crespi compraba a pobres e indígenas cualquier cosa y fue masivamente víctima de falsificaciones.
Y c’ est fini.
O no…
Nunca olvidaré la mañana del miércoles 20 de febrero de 2019. Porque fue el momento en que volví a entrar en el Museo Pumapungo, el mismo que había recorrido poco menos de un año atrás ignorante de lo que guardaba en sus trastiendas. Y voy a organizar entonces estas «actualizaciones» para evitarle al lector párrafos aburridos y enjudiosos, sólo pidiendo sepa dispensar que haré reserva de ciertos nombres: mi propia carpeta sobre Los Tayos está ahora definitivamente abierta y he de regresar, ahora sí y tras la cueva, pronto. De manera que algunos de mis contactos e informantes son mis garantes de poder avanzar en tanto y en cuanto preserve su anonimato.
La mayoría está a salvo
Las colecciones nunca se perdieron. Es mentira que se hayan destruido en el incendio o masivamente llevadas al Vaticano o vendidas a coleccionistas privados (aunque es inevitable pensar que quizás unas pocas sí tuvieron ese destino). Por el contrario, un informe del propio Crespi a sus superiores, conservado en el Museo, dice que «la mayoría de lo realmente importante está a salvo» y que por lo perdido daba por descontado que «en los meses o años siguientes, el aporte de los indios lo incrementaría nuevamente».
La Liga salesiana
Sin embargo, es cierto que cuando el Museo es llamado para hacerse cargo de las colecciones —retirándolas del depósito en María Auxiliadora—. En mitad de la operación de clasificación y embalaje aparecieron miembros superiores de la Orden que ordenaron al personal civil retirarse, seleccionaron algunas piezas y se las llevaron con destino desconocido…
Y si alguien se pregunta por qué empleados del Museo se sintieron obligados a obedecer a los frailes, es que no conoce la incidencia del clero en Cuenca. Aún más: no ha oído hablar de algo que yo sí y sobre lo que no daré aquí más precisiones, precisamente porque lo estoy investigando: «la Liga salesiana», nada que ver con la Liga de la Justicia y al parecer, según algunos rumores, comprometida con desfalcos, negociados y crímenes. Pero hasta ahora son sólo rumores…
Prejuicio
Carlos Crespi (nacido en 1897) parece estar en el imaginario colectivo como un cura tosco, ingenuo, dominado por su senilidad e incapaz de distinguir entre lo real y lo imaginario. Es un juicio absolutamente injusto de un hombre que es recordado con cariño por los cuencanos. Un humanista de fuste, un universalista, que había cursado estudios regulares de arte, arqueología y cinematografía. Responsable del primer documental sobre la etnia shuar, en tiempos tan tempranos como 1926. Participante de expediciones arqueológicas en la Mesopotamia. Fundador de dos colegios, un hospital y mentor de varias organizaciones humanistas.
Crespi era un tipo brillante que —esto es importante señalarlo— sólo en su tardía ancianidad perdió la claridad intelectual meridiana que le caracterizara toda la vida. Ergo, no era fácil de engañar; no fue un «ingenuo» que compraba cualquier cosa que pícaros indígenas le trajeran.
La realidad, la escribió el propio Crespi: «el pobre, el indio, es una persona orgullosa y con dignidad. Darles ayuda económica a cambio de nada les hace sentirse menoscabados». Por eso, asistía dando dinero «a cambio de». A cambio de artesanías, trabajos manuales… y piezas arqueológicas (relatado por Diego Matute, curador asignado de la «colección Crespi» por el Museo Pumapungo).
Y en su depósito/museo (esto lo vieron con sus curadores) la enorme mayoría del material estaba claramente clasificado. Lo arqueológico por un lado, lo de origen dudoso, por otro. Y las chucherías, en un tercer lugar. Cubiertos de polvo, así permanecieron durante años. Y sólo lo recolectado en sus últimos tiempos ocupaba estantes de manera desordenada y caótica, fiel reflejo de su estado mental en ese entonces.
Eso refrenda claramente la convicción que Crespi sabía perfectamente qué tenía valor científico y qué acumulaba sólo para no ofender a los carenciados que se lo acercaban a cambio de unas monedas.
Artesanías decorativas
El Museo me permitió revisar y fotografiar sólo una parte ínfima de la colección. Como se ve en las imágenes, es un muestrario de lo expuesto. Tenemos ahí, por ejemplo, piezas indudablemente históricas y un pseudocasco de legionario romano de hojalata y cobre usado en alguna representación bíblica local.
Cuenca tiene dos barrios de hojalateros y herreros y décadas atrás era una de sus tradiciones cincelar en enormes hojas de latón alegorías figurativas, imágenes abstractas con las cuales se cubrían cielorrasos y paredes, una «moda decorativa» de dudoso gusto si lo miramos desde la perspectiva contemporánea. Las grandes «planchas» de Crespi son eso: artesanías decorativas. Pero el sacerdote lo sabía perfectamente.
Piezas muy antiguas
Como es fácilmente discernible y también sabía perfectamente que buen número de piezas eran decididamente antiguas. Y no sólo aquellas labradas en hueso o madera: desde pectorales, narigueras, pulseras y collares hasta otras planchas, más pequeñas, ya casi inentendibles, con evidentes huellas de haber permanecido en lugares oscuros y húmedos durante siglos, como muestran las fotografías. Y no sólo las de etnias como los shuar, los cañaris y los tsáchilas. Incluso aquellas «imposibles», con imágenes propias de la Mesopotamia asiática que él conoció tan bien.
Precisamente, por ese conocimiento previo y en el terreno es que teóricos extranjeros han acusado a Crespi de haber hecho falsificar las susodichas piezas antiguas, ya que era una «casualidad» que, justamente, encontrara en el país sudamericano material con tanto eco de tan lejanas latitudes. Una acusación basada en lo que es sólo una especulación (ya que no hay prueba alguna que haya encargado falsificaciones) es sólo una falta de respeto. Y porque, después de todo, puede haber un extraño hilo conductor en ese hecho. Pero no nos adelantemos.
Historia no contada
Los investigadores del Museo hace años que están tras las huellas de los hipotéticos «falsificadores». Y me expresaban su extrañeza: hasta ahora no han sido encontrados.
Aunque hayan sido pocos y ya fallecidos, en el tejido social de Cuenca siempre hay alguien emparentado o que conoce a un amigo del sobrino cuyo abuelo podría haber hecho esas cosas. Pero no; no aparece nadie. Y aquí repito textualmente lo que me afirmó uno de ellos: «Aquí hay una historia no contada oficialmente».
Veintisiete mil
Relataré ahora lo que me resultó más impactante. Tengo sólo el testimonio de José Luis y Giovanni, que me acompañaron, aunque había testigos que no puedo nombrar. Fue cuando me llevaron a ver toda la colección del padre Crespi. Todo lo que hay.
Veintisiete mil piezas, me dijeron. No las conté, pero no lo pondría en duda: cuatro enormes salas en un edificio contiguo donde en revoltijo se confunden capas de planchas de latón pero también de cobre y bronce muy antiguo, centenares de artículos en madera, hueso, piedra…
Me negaron la posibilidad de fotografiar así como de dar sus nombres. Ese material es parte aún del proceso de intervención (un gran lienzo blanco donde se ordenaban con prolijidad las piezas que iban catalogando ocupaba, estimé, ni el 2 o 3 por ciento del total del material).
Algunos pensarán que estoy inventando esto. La verdad, me tendría sin cuidado. Estuve allí y lo vi. Es un hecho: las colecciones del padre Crespi están a salvo. La totalidad de la curatela está en manos del Museo.
Ala Crespi
Y entonces me dieron una espléndida noticia: en 2022 inaugurarán un «megamuseo» ampliando las ya cómodas e interesantes instalaciones del mismo a tres edificios adjuntos.
En ese nuevo y remozado Museo, habrá un ala, aparentemente casi todo un edificio, exclusivamente destinado a exhibir la «colección Crespi». Los museólogos, historiadores y arqueólogos entienden que aún las piezas «recientes» son un «hecho cultural», una expresión artística local que amerita ser rescatada para poner en contexto y perspectiva la vida del salesiano. Todo esto es consustancial con el hecho que de las supuestas «conspiraciones del silencio» alrededor de las piezas de Crespi ha habido hasta ahora más fantasía que realidad.
Reivindicando a Däniken
Es propicia la ocasión para reivindicar a Däniken. Habiendo caminado esas calles donde Crespi repartía sus esfuerzos con los niños y sus familias, debemos al suizo el conocimiento mundial de este personaje que, de no haber sido así, habría quedado constreñido a ser un héroe meramente local. Y también es cierto que —dejando de lado el bluff de su visita a la Cueva— lo que escribiera sobre el italiano era absolutamente cierto.
La conexión nazi
A título meramente informativo, sin embargo, debo compartir —sin posibilidad por ahora de darle mayor sustento aunque estoy en vías de ratificarlo o rectificarlo— una especie de rumor que también corre en Cuenca sobre Crespi: que no era ni italiano ni sacerdote, sino alemán, miembro del partido Nacionalsocialista y enviado encubierto por los nazis (¿quizás la Anenherbe?) para tomar el control de la información guardada desde tiempos ancestrales en Los Tayos.
Suena a ciencia ficción, y lo habría dejado de lado, si no me hubiera resonado otro rumor, del que ya había leído desde Argentina: que el propio Janos Moricz no era un pobre húngaro huido y refugiado de la Segunda Guerra Mundial.
Se ha instalado, sin mayor evidencia, que La Hora 25, la novela del rumano Constantin Virgil Gheorghiu que habla de los padecimientos de un tal Iohann Moritz (es innecesario resaltar la similitud con «Ianos Moricz»), prisionero de los nazis hasta que por su estampa típica de ario es literalmente «reprogramado» por las SS.
Otra coincidencia: Moricz («nuestro» Moricz) también era un típico ario, rubio y de espigados un metro noventa de estatura.
Otro detalle llamativo: detrás del romanticismo sufriente de esa novela (llevada al cine y protagonizada por Anthony Quinn), Gheorghiu también ocultaba su propio pasado nazi: en 1941, entre otros trabajos, fue autor de un panegírico contra los judíos y ensalzando a los nazis: Ard malurile Nistrului.
Hay cosas que llaman poderosamente la atención sobre Moricz, según su historia «oficial», llega a Argentina sin saber hablar español y sin un centavo. Trabaja durante varios años mientras consume su sed de conocimientos en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires y es allí donde hace ciertos descubrimientos que lo llevan a emprender el viaje a Ecuador donde, empleado en actividades mineras, tiene su primer encuentro con los shuar, ante los cuales y en la imposibilidad de hacerse entender —en inglés y el mediocre español que hablaba— se le ocurre probar con su idioma natal y, oh sorpresa, es comprendido por los indígenas quienes, maravillados que ese extraño hombre, de piel tan blanca, ojos celestes, rubios y tan alto, balbuceara su dialecto milenario.
Dice el mismo Moricz que ésa fue la razón por la que los shuar lo consideraron un «enviado de los dioses» y sólo revelaron y permitieron el acceso de él (y de pocos empleados) a las vetas minerales de esmeraldas y rubíes con las que Moricz amasó una gran fortuna.
Pero esta historia oculta hechos. A los pocos meses de arribar a Buenos Aires (meses, no años) Moricz aparece al frente y organizando marchas anticomunistas en la capital argentina. Que un húngaro recién emigrado y supuestamente sin conocimiento del castellano tan rápidamente pudiera disponer del tiempo, medios y vínculos para dirigir y concertar esas actividades políticas es, cuando menos, muy sugestivo y hacer desconfiar de su «biografía oficial».
Para ponerlo claramente: esta línea teórica sospecha que en verdad el húngaro fue un oficial de las SS, miembro prominente del Partido o criminal de guerra que aprovechó la «ruta de las ratas» para refugiarse en un país tan cómodo para los nazis fugados en ese entonces como era Argentina. Si esto es así, la confluencia de Moricz y Crespi a la misma región del mundo adquiere otro cariz.
Más verdades que mentiras
Algunos lectores me pedirán, aquí, conclusiones. No las tengo. Esta nota sólo tuvo el modesto propósito de compartir, precisamente, algunas actualizaciones. Romper con algunos mitos y, como suele ocurrir en estas lides, cada nuevo hecho descubierto, cada certeza demostrada —como aquí, la «aparición» de las colecciones Crespi— abre el campo de innúmeras nuevas preguntas (como la recién planteada verdadera filiación del salesiano)… Pero si se me apura con alguna conclusión provisoria, diré esto: en la saga Cueva de Los Tayos-Padre Crespi resultó haber más verdades que mentiras.
Por Gustavo Fernández.
Fuente: https://mysteryplanet.com.ar/site/actualizacion-sobre-la-cueva-de-los-tayos-y-las-colecciones-del-padre-crespi/