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La vez que los aliens se robaron el ovni de ‘Los Invasores’

 

La maqueta de un platillo volador de varias toneladas desapareció misteriosamente en un instante y en extrañas circunstancias. La explicación más racional, por loco que parezca, es que una fuerza alienígena se la llevó de este mundo. Por Gustavo Fernández.

Esto ocurrió en Denver, Colorado, Estados Unidos, cuando estaba en preparación la serie televisiva Los Invasores, en 1967. Aquella recordada serie, aún en blanco y negro en sus comienzos, donde Roy Thinnes encarnaba a David Vincent, el arquitecto en irreductible cruzada personal contra los invasores alienígenas sólo reconocibles por un bizarro dedo meñique completamente rígido, y por la muy conveniente desintegración que seguía inmediata e irremediablemente a su muerte, poniéndolos así a salvo de comprometedoras necropsias.

Aquella serie que nos puso a muchos en contacto —un equívoco contacto, debo admitir— con los ovnis, y que invariablemente comenzaba con las palabras que recuerdo haber esperado ansiosamente con mis once años en la pantalla de Teleonce (el viejo canal 11 de Buenos Aires):

«…Seres de otros mundos. Destino; la Tierra… Propósito; adueñarse de ella. David Vincent los ha visto. Para él, todo comenzó una noche en un camino solitario, cuando buscaba un atajo para volver a casa… que nunca encontró. Comenzó con un merendero cerrado y abandonado, con un hombre tan fatigado que no podía seguir el viaje. Comenzó con la llegada de una nave de otra galaxia… Ahora, David Vincent debe convencer a un mundo incrédulo de que la pesadilla ha comenzado…».

Para las necesidades del film, el realizador había pedido que se le construyera una «verdadera» nave de tipo extraterrestre de gran tamaño, con todos los detalles hasta entonces conocidos acerca de las mismas.

La empresa era ardua, ya que eran varios los tipos de platillos avistados en los últimos años y en diferentes regiones. Los realizadores del artefacto decidieron, después de cavilar mucho, elegir el tipo más frecuente: el plato hondo invertido. Recogieron entonces todos los datos y fotografías existentes, interrogaron testigos, hicieron planos y pusieron manos a la obra.

Dos meses más tarde entregaron al productor un «platillo» que nada tenía que envidiar, aparentemente, a los oriundos de otros planetas. Tenía un diámetro de veinte metros y una altura total, con sus patas-soporte, de diez metros. Estaba construido de acero, madera y diferentes plásticos. Pesaba más de cuatro toneladas. Para colocarlo en los terrenos de la sociedad filmadora fueron necesarias dos potentes grúas.

Mientras tanto, la empresa decidió utilizarlo también para fines publicitarios, y se habilitó el interior de la nave. Se construyeron complicados mandos, computadoras y maquinarias de utilería, que daban la perfecta ilusión de una técnica adelantada, desconocida en la Tierra.

Se inició el rodaje de la serie, y el pseudo ovni cumplió perfectamente su cometido hasta que terminó la producción. Le tocaba ahora cumplir su segunda tarea: la campaña publicitaria que habría de promover la luego famosa serie. La idea era llevar el «platillo» a diferentes ciudades de los Estados Unidos y exponerlo, a fin de que el público lo visitase.

Grandes carteles promovían la serie televisiva, de modo que la expectativa no hiciese mella en la curiosidad de los televidentes. Dicho y hecho: después de un día de trabajo y el aporte de quince obreros, el artefacto pudo ser desarmado y movido para proceder a su traslado. Inició una victoriosa gira publicitaria de ciudad en ciudad; victoriosa en cuanto al resultado beneficioso para la serie, pero extremadamente fatigosa por otro lado, por lo difícil que resultaba armar y desarmar el platillo, y el largo tiempo que esta operación requería.

El día que los publicistas llegaron a Denver, desde las ocho de la mañana se inició la campaña, pregonando por toda la ciudad la llegada del «platillo» de Los Invasores. Mientras esto ocurría, un equipo profesional desembalaba las piezas e iniciaba el montaje. No estuvo listo el trabajo hasta el amanecer del día siguiente. El lugar asignado para la exposición de la nave resultaba particularmente adecuado, y aunque la estancia en Denver debía ser corta, todo prometía que habría de transcurrir felizmente. Y, efectivamente, lo fue durante varios días. Quizás contribuía a ello el espléndido tiempo. Los días eran de sol, y los visitantes afluían ininterrumpidamente en las horas fijadas para conocer el platillo.

El 15 de junio, a la hora del almuerzo, cuando la nave estaba cerrada al público y el personal había ido a descansar, el sol quedó repentinamente cubierto por unas espesas nubes, muy bajas, que parecían aplastar la ciudad. La atmósfera había perdido su luminosidad y Denver parecía opacada. Antes de cumplirse la hora, los nubarrones desaparecieron en las alturas del cielo, y el sol volvió a brillar. Todo era como antes, menos en el terreno asignado a la exposición del platillo. Algo era distinto allí, algo faltaba: el «ovni» construido en broma para fingir ser verdadero; el «plato volador» hecho por terrícolas y destinado a rodar por humildes rutas terrestres; el platillo «de mentira», que había emprendido vuelo. Al menos, era lo único que cabía pensar.

Cualquier posibilidad de hurto quedó desde el comienzo descartado; nadie en este mundo podía desarmar en una hora el enorme artefacto y llevarlo, al menos, en varias piezas; nadie tampoco podía arrastrarlo y huir con él (no había cómo y tampoco por dónde, ya que las calles que llevaban al lugar de exposición no eran anchas, y recordemos que el diámetro de la nave era de veinte metros). Quedaba la tierra, si es que ésta se lo había tragado. O bien el cielo, si es que se lo había llevado.

Pero el cielo…¿cómo? ¿Aspirándolo?

Agotadas las preguntas (pero no el profundo asombro), los de la caravana de la serie televisiva decidieron lavarse las manos y dejar que las autoridades resolvieran el misterio. Pero las mismas, visto lo insólito del caso, así como su aparente insolubilidad declararon, ni cortas ni perezosas, que el «rapto» era simulado y que seguramente se trataba de una nueva maniobra de publicidad.

Y así quedaron las cosas. Hasta hoy, o hasta que alguien pueda demostrar fehacientemente lo que todos piensan: que han sido algunos extraterrestres los que produjeron los nubarrones, así como ha ocurrido en otras oportunidades cuando han querido llevarse algo gordo, y que fueron «ellos» los que aspiraron el platillo de los hombres.

Queda el porqué. ¿Por qué lo hicieron? ¿Quizás por curiosidad, para ver qué es lo que llevaba en sus entrañas y de qué estaba hecho? ¿O quizás también para dar una lección a los hombres, o una advertencia de que no traten de igualarlos?

Que lo hayan hecho por bromear queda descartado, ya que hasta ahora no han dado muestras de tener humor. ¿Qué es lo que queda por pensar entonces? Muy poco o nada. Una cosa es cierta, y es que ha sido ésta la única vez en la cual nuestros hermanos lejanos se han llevado un gran chasco. Esto, claro, sin que los terrícolas tengan el menor mérito en la hazaña.

Porque el trabajo de crear espesos nubarrones para una ciudad y arrancar un artefacto de cuatro toneladas del suelo, para luego darse con la sorpresa que es un platillo de utilería, resulta verdaderamente gracioso. Aunque, ¿por qué suponer que llevaron nuestro platillo para estudiarlo? Quizás había algo en su construcción que no pasaba de ser un juguete para nosotros, pero podría ser la inspiración o la clave secreta de las verdaderas naves extraterrestres. Como si un hombre de la calle, experimentando con pinturas al óleo, realizara una obra maestra por pura casualidad… Quizás el platillo resultó demasiado real y verdadero.

Fuente: https://mysteryplanet.com.ar/site/la-vez-que-los-aliens-se-robaron-el-ovni-de-los-invasores/

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